GESTIÓN DE PROYECTOS CREATIVOS
Y CULTURALES
Por Juan José
Miranda Miranda [ Acerca del autor]
Abstract: Es claro que la cultura como parte del patrimonio inconmensurable
de las naciones, representa, además, una fuente significativa de divisas y
empleo. Las exportaciones de bienes y servicios creativos en el mundo
alcanzaron cerca de 406.000 millones de dólares en el 2008, según el BID. El
informe sobre la economía creativa de la UNESCO del 2010, indica, por ejemplo,
que las industrias creativas ocupan el 21% de la fuerza laboral en Brasil,
mientras que genera el 9% del PIB de Buenos Aires, en tanto que en Colombia
participan en el 4% de su PIB. Sin duda estas cifras halagadoras señalan un
camino prometedor en América Latina y el Caribe para un nuevo profesional que
observa en las manifestaciones culturales la oportunidad de negocios rentables,
es el “gestor de proyectos culturales”.
No es fácil aceptar el desafío de conciliar expresiones intangibles e inmateriales que caracterizan las manifestaciones culturales (valores, tradiciones, lenguaje, raíces, idiosincrasia, costumbres, historia, instituciones, legislación, actitudes, mitos, leyendas, patrimonio, carnavales, arquitectura, artes, artesanías, creencias, conocimientos, moda, gastronomía, etc.), y las herramientas propias de los productos comerciales. Queremos incursionar en el tema haciendo una aproximación al concepto de cultura en su acepción más universal, para aproximarla a su condición de bien económico a través de las llamadas “industria culturales”, que por su condición de tal, y derivado de la competencia por disputar una clientela que está dispuesta a pagar un precio, se rige por las reglas de juego del mercado. Es por eso que la cultura como otros bienes y servicios en un entorno altamente competitivo, es preciso promoverla a través de la “gestión de proyectos culturales”.
Tal como sucede en los llamados proyectos de inversión o
desarrollo, los de carácter cultural tienen que demostrar su pertinencia,
viabilidad y oportunidad, por esta razón se precisa que sean presentados por
escrito y diseminados y difundidos en los nichos de interés a través de sus correspondientes
“planes de negocios”. De lo anterior se deriva la importancia de un “gestor
calificado”, no solamente con orientación y vocación artística o creativa, sino
con enlaces adecuados y confiables que le permitan auscultar y persuadir a
potenciales inversionistas privados, a las instituciones responsables del
diseño y ejecución de políticas públicas pertinentes a la cultura, a las
agencias nacionales e internacionales de desarrollo, crédito o cooperación
sensibles a estos temas, para buscar y consolidar las alianzas necesarias que
garanticen coordinación con entes académicas y entidades públicas o privadas
que ejerzan liderazgo en el tema de la cultura.
La economía creativa representada por las industrias
culturales se manifiesta como un sector dinámico y en permanente crecimiento.
Algunos de los bienes culturales alineados dentro de la lógica industrial, como
el cine, la televisión, los videos, los libros, la música han encontrado un
aliado estratégico y soporte fuerte en las nuevas tecnologías, diseñando formas
y estructuras que facilitan su producción, reproducción y comercialización, y
acceso generalizado. No obstante, vale la pena insistir, dado su origen en el
talento, en la creatividad, en la vena artística y en valores espirituales, que
la cultura no se reduce a una versión industrial, ni tampoco es simplemente un
asunto exclusivamente comercial o de mercado, es también una herramientas de
cohesión social, de afirmación de identidad y de recuperación de valores
ancestrales, reiteramos.
Es preciso entonces, asumir una posición de equilibro que
concilie la naturaleza creativa y espiritual y su necesaria presencia en
mercados competitivos, lo que supone la adopción de reglas de juego universales
y mecanismo de regulación y derechos de autor, que respeten la libre
circulación de las ideas creativas sin ignorar los principios fundamentales del
comercio en cuanto acceso y competitividad, como mecanismos de expansión y
diversificación creadora, y obviamente, la libre elección, por parte del ciudadano,
entre una oferta cultural diversa y plural.
El ámbito cultural, lo mismo que la salud, la educación, la
economía, las comunicaciones, la infraestructura, la justicia, la seguridad, la
industria, el comercio, etc., utiliza alguna forma para desarrollar sus
actividades siguiendo los parámetros y pautas de la gestión de proyectos, que
hace referencia a una serie de rigores metodológicos y sistemáticos encaminados
a alcanzar un objetivo deseable.
Las funciones básicas de planificación (que determina el mejor
curso a seguir); organización (define los procedimientos y la estructura);
dirección (establece y jerarquiza los ámbitos de toma de decisiones) y el
control (verifica que la acción se realice según lo planeado y la medición del
rendimiento en relación a las metas fijadas), que posibilitan el éxito de la
gestión de los proyectos, orientados por una visión estratégica. En nuestro
complejo entorno empresarial e institucional moderno se precisa, más que
organizar, aprender a gestionar. Es entonces indispensable aumentar y ensanchar
en la sociedad, el acceso a la cultura tanto en la creación como en su
disfrute, y convertirla en un vehículo eficaz de integración e inclusión social
a través de la gestión de proyectos.
Toda actividad que se surte en el seno de la sociedad
requiere de profesionales idóneos que garanticen resultados. Desde la
planificación, la ejecución, montaje y puesta en marcha hasta la evaluación
expost, se necesitan gestores de proyectos (impulsores o promotores)
capacitados que apliquen las mejores prácticas para cumplir con los objetivos
propuestos.
En el caso de la promoción y difusión de la cultura y las
artes, se identifica a los “gestores de proyectos culturales”, mujeres y
hombres, que deben reunir un acervo de conocimientos en términos políticos,
estéticos, sociales, económicos, técnicos y administrativos respecto de los
diversos ámbitos de la cultura y las artes. Asimismo, debe desplegar una serie
de habilidades personales y sociales como la creatividad, el liderazgo, la
capacidad de negociación, la actitud proactiva y talante proclive al trabajo en
equipo, que inciden inequívocamente en los logros que puede alcanzar.
Cada fase del ciclo del proyecto requiere de conocimientos
e información actualizada, originados en diferentes disciplinas y ámbitos de
acción, tales como políticas culturales; legislación (en particular del régimen
de derechos de autor y lo relacionado con el patrimonio artístico y
arqueológico, centros de depósito cultural como museos, archivos y bibliotecas,
y el régimen de actividades cinematográficas y audiovisuales); fuentes de
financiación nacionales e internacionales; instituciones líderes y promotoras;
y obviamente, la dinámica que encierra la organización, producción y difusión
de eventos culturales.
Se trata finalmente de profesionales (gestores de proyectos
culturales) que observen en las diversas actividades creativas oportunidades de
negocio, que faciliten el encuentro entre los que poseen el talento y la
vocación y aquellos que tienen recursos, capacidades y olfato, además de
sensibilidad para convertir los productos culturales en bienes económicos.
Quizás el “gestor de proyectos” es el profesional que más
agrega valor a la economía. En efecto, cuando descubre una buena idea, la
elabora, la dimensiona y la valora, obtiene información adicional y construye
elementos de juicio que le permite recomendar o tomar una decisión ponderada.
Si ésta lo conduce a no ejecutar el proyecto, se crea valor al evitar
inversiones y costos en una acción que no brindaba garantías de éxito. Si la
decisión es ejecutar el proyecto se crea valor al disponer más adelante de una
nueva capacidad instalada disponible para su maniobra. Su operación asegura
valor para los propietarios y, obviamente para la comunidad al recibir un bien
o un servicio que antes no tenían.
Las lecciones aprendidas y las mejores prácticas derivadas
de la evaluación expost, corresponden también a un valor agregado que la
sociedad recibirá a través de proyectos futuros. Como podemos observar en las
diferentes etapas del ciclo del proyecto (preinversión, ejecución, operación y
evaluación expost) se genera y asegura valor en forma permanente. Por eso
afirmamos que el proyecto es el mecanismo más idóneo de generación y
aseguramiento de valor, y el gestor de proyectos culturales el profesional que
aprovecha las expresiones creativas como medio de hacer negocios rentables para
la sociedad.
Dada la amplia y muy diversa gama de proyectos que caben en
la concepción aceptada de cultura, desde la construcción y dotación de museos y
bibliotecas, hasta la organización de conciertos populares, pasando por los
rigores que supone la organización de una obra de teatro y su puesta en escena,
hasta el despliegue costoso y apremiante que supone el rodaje de una película y
los pasos subsiguientes de promoción y presentación al usuario final. Desde la
organización de una brigada técnico científico para auscultar los valores
ancestrales del descubrimiento de unas ruinas, hasta la conformación de una
orquesta juvenil, como estrategia para proscribir la tentación del delito, se
sugiere toda suerte de proyectos que es preciso gestionar, para darles vida y
garantizar su penetración en la sociedad, como un valor de insospechable efecto
sobre el bienestar de las comunidades.
Por eso la sociedad y las comunidades reclaman de las
agencias, gremios y organizaciones especializadas en gestión de proyectos,
poner todo su amplio elenco de herramientas, experiencias y procedimientos al
servicio de los valores culturales, puesto que América Latina y el Caribe
tienen la oportunidad de hacer de la creatividad un motor importante para su
desarrollo.
Juan José Miranda
Miranda
Marzo de 2015
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